La Virgen del Mercado, Dolorosa, Morenica....qué más da su nombre. Es Ella, con la que se inicia la Semana Santa de León. Sale ya en brazos de la Iglesia parroquial de Nuestra Señora del Camino y afuera hay una muchedumbre que la espera. Se respiran nervios. Es el comienzo. Todo tiene que salir bien. Los flashes de las cámaras disparan una y otra vez iluminándola. Hay empujones, todos quieren el mejor sitio, todos quieren ir al lado de la Virgen.
La procesión avanza, y la morenica pasa por las Carbajalas, donde hace una parada para que la recen, para que la canten, para que la miren, para que la mezan. No puede entrar todo el mundo al interior del convento de las Benedictinas. Las mujeres con velas esperan fuera. Pocas han podido pasar con la Virgen.
Sale de nuevo, para estar con todos sus fieles. Se organiza de nuevo el cortejo. Se oye decir "Vamos bien de hora, vamos bien".
El paso a la catedral fue deslucido. Nuestra Pulchra leonina no estaba iluminada aún y la estampa observada cuando la Virgen pasaba por delante de ella era lúgubre y nada cálida.
Bajó por la calle Ancha y de nuevo se detuvo para que la meciesen frente a la Capilla del Cristo de la Victoria donde la cantaron. Alguna mujer lloraba al estar tan cerca de la Virgen y escuchar los sones que la dedicaban. Un ramo de rosas amarillas la entregaron y se lo pusieron a sus pies. Rosas amarillas llevaba como alfombra.
Y de nuevo, comenzó a caminar hasta llegar a la plaza de Santo Domingo donde se le cantó la Salve. Esta vez quedó quieta, sin mecer. Las voces de los fieles llenaban el silencio de la noche, solo interrumpido por el sonido del agua de la fuente. Al final de la Salve, cornetas, tambores, indicaban que había que retomar el camino hasta llegar de nuevo a su hogar, a la Iglesia del Mercado.
Sale de nuevo, para estar con todos sus fieles. Se organiza de nuevo el cortejo. Se oye decir "Vamos bien de hora, vamos bien".
El paso a la catedral fue deslucido. Nuestra Pulchra leonina no estaba iluminada aún y la estampa observada cuando la Virgen pasaba por delante de ella era lúgubre y nada cálida.
Bajó por la calle Ancha y de nuevo se detuvo para que la meciesen frente a la Capilla del Cristo de la Victoria donde la cantaron. Alguna mujer lloraba al estar tan cerca de la Virgen y escuchar los sones que la dedicaban. Un ramo de rosas amarillas la entregaron y se lo pusieron a sus pies. Rosas amarillas llevaba como alfombra.
Y de nuevo, comenzó a caminar hasta llegar a la plaza de Santo Domingo donde se le cantó la Salve. Esta vez quedó quieta, sin mecer. Las voces de los fieles llenaban el silencio de la noche, solo interrumpido por el sonido del agua de la fuente. Al final de la Salve, cornetas, tambores, indicaban que había que retomar el camino hasta llegar de nuevo a su hogar, a la Iglesia del Mercado.
Pinchar en la imagen para visualizar el álbum de la procesión.
Fotografías: Mª Edén Fernández Suárez
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